Con motivo de la reciente JMJ tuve la
oportunidad de convivir durante unos días con jóvenes de muchas naciones.
Al margen del magnífico resultado del citado evento, saqué como conclusión
que sin los jóvenes la Iglesia corre el riesgo de entrar en una grave
crisis. Es una realidad evidente que cada vez es más dificil la
relación entre los jóvenes y la Iglesia. Benedicto XVI, de forma cariñosa
pero muy sutil, ha lanzado la alarma de emergencia educativa en la fe, pero
haciendo hincapie en la responsabilidad por parte de los padres, educadores y
toda la sociedad en general adulta para crearles las condiciones de un
crecimiento y maduración en tal sentido.Creo
que honestamente nos debemos interrogar si nuestras comunidades
parroquiales, asociaciones, movimientos, hermandades, son luares habitables por
nuestros jóvenes. Es decir, nos debemos preguntar si es de veras el rostro
de la Iglesia que los jóvenes desean encontrar.
Y nosotros, ¿qué hacemos
para que nuestra Iglesia sea el farol de nuestro entorno?.
Creo que desde hace
tiempo ha sonado la campana de alarma y, mucho me temo, habrá que cortar esa
inquietante amenaza. Insisto, señor director, sin los jóvenes nuestra querida
Iglesia puede desaparecer posiblemente por no saber dar respuesta generacional.
En las misas dominicales abundan casi en exclusiva las personas de edad
avanzada. ¿Qué ocurrirá cuando desaparezcan?.
Por ello, debemos recuperar a los
jóvenes, estudiar recursos, ideas, espacio de diálogo, de encuentro, preparar
bien la liturgia, hacer oraciones en común, y además todos en torno a las
parroquias. Como creyente tenemos que recoger los gritos de los jóvenes, siendo
testigos de nuestra Iglesia.
A propósito, señor director, ¿qué diferencia
existe entre estos jóvenes de la JMJ y los que están siempre "indignados"?...
Con el ruego de su publicación, le saludo muy atte.
Alberto Álvarez Pérez. (Sevilla)
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